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El ser humano es dominado por las emociones y, por tanto, es irracional. El tiempo le transforma en todos los sentidos y desde un punto de vista global, es inconstante.
Es por ello, que cuando compartimos una relación con alguien a quien amamos, una de las partes integrantes de la relación pregunta en un momento dado ¿Será nuestro amor eterno? ¿Nos querremos para siempre?
Visto desde un punto de vista exclusivamente racional, podría decirse que la respuesta es NO. En el mundo absolutamente todo cambia y nada permanece inestable en la infinita eternidad.
Sin embargo, ha sido hoy, contemplando una simple barbacoa, cuando me he dado cuenta de que el único modo de convertir el amor en eterno es fusionándolo con la propia eternidad y eso me ha dado motivos para creer.
Son impresionantes las similitudes que uno puede encontrar entre una barbacoa y el amor, me explico: La barbacoa, al igual que el amor, comienza con una llama, una llama muy intensa que lo prende todo. Al principio todo es fácil, dado que la llama es muy intensa. En esta fase hay que tener cuidado y procurar no depositar la carne en el fuego antes de tiempo, pues si se hace, el calor puede quemarlo todo y hacer que la barbacoa se vaya al traste. Las personas muy pasionales pecan de impetuosas, echando la carne demasiado pronto a las llamas. Si eres de esa clase de personas seguramente entenderás lo que digo. Pero, ¿Qué ocurre después de las llamas iniciales?
La respuesta es sencilla, después de las llamas iniciales se acaba lo fácil y toca ponerse a trabajar de verdad si queremos que nuestra relación (digo barbacoa), salga bien.
Tras las impresionantes llamas iniciales quedan las brasas, en apariencia insignificantes si las comparamos con las espectaculares llamas anteriores. Hazme caso y no las subestimes, pues serán las encargadas de cocinar un amor más puro y verdadero.
Llegados a este punto una cosa se muestra clara, las llamas se reducen y con ellas la pasión inicial. Algunas parejas dejan que las llamas se apaguen, imposibilitando con ello una buena barbacoa. Otras, en cambio, deciden apostar por las brasas y ponen la carne en el asador. Pero entonces ¿Cómo mantenemos vivas las brasas que generan el calor necesario para una buena barbacoa? Es aquí, querido lector, donde se aprecia quien es un cocinero mediocre y quien un gran chef. Te diré algo importante, las brasas que generan el calor imprescindible se alimentan de las acciones, en apariencia, insignificantes y recíprocas. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que en vez de pensar en satisfacerte a ti, deberías pensar en satisfacer al otro confiando ciegamente en que el otro hará lo mismo. Al fin y al cabo, es la persona que has decidido mantener a tu lado una vez superada la fase en la que se consumieron las llamas iniciales. ¿No creerás a estas alturas que te has equivocado? ¿Verdad? Si la respuesta es afirmativa, quizás deberías replantearte algunas cosas y si la respuesta es NO, entonces sigue leyendo. 
El truco para mantener vivas las brasas son la mesura y la constancia. ¿Recuerdas aquel día que estaba lloviendo y él o ella vino a recogerte en coche desde el quinto pino o te trajo un paraguas? ¿Recuerdas el día en que tú querías hacer algo y él o ella accedió casi sin rechistar por el simple hecho de pasar tiempo contigo? Querido lector, a eso me refiero.
Cada acción tiene su reacción y cada energía liberada genera otra opuesta. Esto no lo digo yo, lo dice la ciencia. Así pues, el razonamiento lógico invita a pensar que si nosotros llevamos a cabo este tipo de acciones y no hemos errado en la elección de la persona, generaremos acciones similares en el sentido opuesto. Esta dinámica extendida en el tiempo hará que las brasas sigan vivas, generando el calor necesario para cocinar una perfecta barbacoa.
Pero, ¿Qué pasa con nosotros? Nuestro aspecto físico, nuestra mentalidad y hasta nuestras propias capacidades. Pues tal y como se ha dicho al principio, todo cambia y nada permanece constante.
Tranquilo, la carne de la barbacoa tampoco es un elemento constante. Por suerte, el amor, al igual que las brasas, no entiende de ese tipo de cosas.
Es verdad que, al igual que nosotros mismos, el filete de una barbacoa se muestra al principio crudo y tierno. Con el tiempo, el filete se cocina y muestra su aspecto más espectacular hecho, en su punto, sencillamente delicioso. A partir de entonces sólo hay lugar para el declive y el tiempo, por medio del calor de las brasas achicharra al filete y lo carboniza, hasta el punto de mostrar su lado más desagradable a la vista e incluso llegando a desintegrarlo. Esto es una realidad, pues lo queramos o no, el tiempo nos devora a todos.
Pero no nos fijemos en eso ahora, pues en el amor, a diferencia de la vida real donde lo que prima es la buena carne, sólo importan las brasas. Estas, guiadas por las acciones recíprocas de la pareja, mantienen el calor constante sin importar el aspecto que muestre el filete.
En este punto, cuando el filete se encuentra próximo a su fin o incluso cuando éste ya ha desaparecido, el único juez es el tiempo. El tiempo es el único que puede juzgar los hechos con su infinita perspectiva y falta de prejuicios. El tiempo nos juzga a todos y el tiempo nos observa, por mucho que tratemos de huir de él, por mucho que nos escondamos. Por ello, desde que nos ponemos en manos de las brasas del amor, nos vigila y lentamente, nos devora. Y es cuando desaparecemos, cuando se pone fin a todas nuestras acciones y, por tanto, las brasas se consumen. Pero ya nada de eso importa, pues nosotros mismos, devorados por el tiempo pasamos a formar parte de su intangible e invisible organismo a través de la historia. Y entonces es ahí, cuando inmersos en el olvido de un mundo que sigue su curso sin nosotros, cuando nada ni nadie pueda cambiar nuestras acciones pasadas, entonces, justo en ese preciso momento, sólo entonces, podremos decir a pesar de nuestra imperfección humana nuestro amor FUE, ES y SERÁ ETERNO.
Todo esto lo aprendí contemplando una simple barbacoa y espero querido lector, que pueda servirte de algo.

30/Agosto/2017

El amor eterno es como una barbacoa

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